El estraperlo

Hambre. Esta es la palabra más repetida por los testimonios orales de la posguerra. Un hambre atroz que empujó a miles de personas al estraperlo. Pero la gestión del hambre en la posguerra, por parte de la dictadura, no fue inocente.

"Peor que la guerra fue la posguerra". Una y otra vez este testimonio se repite entre los supervivientes. El dolor de las ausencias, la destrucción moral y material, y la violencia forman parte del relato de la posguerra, pero si hay un recuerdo persistente, traumático y común entre la población, ese es el hambre. La falta de alimentos. El pan negro, hecho de centeno, como símbolo de la hambruna. Y las cartillas de racionamiento. Las colas interminables para lograr un pedazo de pan, un poco de azúcar, arroz, aceite... Y los cupones de las cartillas. La necesidad de comer las cáscaras de naranja, las mondas de patata, la piel cocida de las habas. Y los dolores de tripa, los desmayos, las enfermedades, la muerte por desnutrición.

Tras la guerra civil, los alimentos escaseaban para alimentar a la población y, como en el resto de Europa, el mercado quedó intervenido por el Estado. Pero a diferencia de lo que ocurría en Europa, la gestión del hambre en España por parte de la dictadura se convirtió en un arma de adhesión entre los vencedores de la guerra y una arma de represión contra los vencidos.  

Ante la falta de alimentos, el mercado negro creció de forma espectacular. El hambre estaba más extendida en las grandes ciudades, donde escaseaban los alimentos. A la ciudad llegaban todos los días de forma clandestina alimentos procedentes de los pueblos de los alrededores. Pero por un lado estaban los grandes estraperlistas, los cuales amasaron grandes fortunas durante la posguerra. En términos generales eran personas afines a la dictadura, cuyos contactos con los funcionarios corruptos de la dictadura permitieron que mantuvieran su negocio sin problemas. Por el contrario, miles de pequeños estraperlistas, muchos de ellos marcados por el estigma de los vencidos en la guerra, cuyo único propósito era sobrevivir, fueron perseguidos por las autoridades. Llegaban caminando, en burro o en tranvía a la capital. Traían pequeñas cantidades de pan, huevos o patatas a la ciudad con el objeto de poder venderlos clandestinamente, pero a diario sufrían las requisas de la Guardia Civil, las multas, las denuncias e, incluso, en algunas ocasiones hasta condenas de cárcel.  

En este pequeño estraperlo, las mujeres tuvieron un papel fundamental. Debajo de su vestimenta cosían departamentos especiales donde ocultar los alimentos y, así, poder traspasar las aduanas establecidas en las estaciones y entradas de las ciudades. Uno de los espacios comunes del estraperlo en Granada fue la Plaza de Bib-Rambla, como se puede observar en la fotografía, aunque comunmente se buscaban lugares más recónditos para evitar la inspección de las autoridades.

La historia del estraperlo es la historia de la supervivencia de la población, pero también de la represión de la dictadura, del favoritismo y de la resistencia individual. Una historia que marcó a toda una generación de españoles y granadinos durante el resto de su vida.

Fuentes y Bibliografía

ARCO BLANCO, Miguel Ángel: Hambre de siglos. Mundo rural y apoyos sociales del franquismo en Andalucía Oriental (1936-1951), Granada, Comares, 2007.

ROMÁN RUÍZ, Gloria: Delinquir o morir. El pequeño estraperlo en la Granada de posguerra, Granada, Comares, 2015.

 

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