El campo de concentración de Armilla

Uno de los centros del sistema ilegal y extrajudicial de prisiones donde los reos vivieron en condiciones infrahumanas

Los sublevados se valieron desde el inicio de la guerra de un sistema ilegal y extrajudicial de prisiones, batallones de trabajadores y campos de concentración a imagen y semejanza de los espacios de internamiento empleados en las colonias con anterioridad o los de países coetáneos como la Alemania nazi. Pese a que no llegaron a dedicarse al exterminio masivo de la población republicana, sí que fueron espacios de encierro, clasificación, trabajo forzado, hambre, enfermedad y muerte, que de manera indirecta condujeron al mismo final a muchos de los militares y evadidos encerrados entre sus muros. Asimismo, estos se orientaron como muchas otras instituciones de la época a la humillación y reeducación de aquellos que vinieron a dar de bruces en su interior. Solo mediante la calificación negativa por parte de los encargados, gracias a un aval sobre su afección al “Glorioso Movimiento Nacional” y su buena conducta procedente de las autoridades, miembros del FET-JONS, agentes del orden público y sacerdotes, era la única alternativa con la que contaban para escapar. Por supuesto, además del traslado o el cumplimiento íntegro de la condena, algo que muchos nunca llegaban a contar.

En la provincia de Granada, se estima que hubo al menos ocho de estos campos de internamiento y que por ellos pasaron una cifra de en torno a 43.700 prisioneros. Junto con A Coruña, Granada es la treceava provincia con un mayor número, una cifra considerable teniendo en cuenta que buena parte del territorio estuvo bajo dominio sublevado desde el principio de la guerra y que no se vio tan afectada por el flujo de refugiados internacionales provocado por la II Guerra Mundial. El campo de concentración de Armilla se emplazó en el hipódromo, lugar de encuentro de las clases ociosas granadinas para disfrutar de la hípica o el tiro al pichón durante la II República, y caído en desuso a causa de la guerra. Este operó de manera estable al menos desde abril hasta mayo de 1939. Aunque se han planteado algunos indicios sobre su continuidad, la prensa de época refleja cómo recuperó sus usos iniciales a partir de 1940. Con él se buscaba en primer lugar hacer frente al contingente de los soldados republicanos capturados y a los civiles objeto de la represión en las poblaciones del noreste de la provincia sometidas por el Ejército Sur tras el último parte de guerra. Se estima que por este pasaron entre 3.832 y 4.000 prisioneros. Entre ellos, ha quedado la constancia de que se encontraban granadinos y otros que procedían de lugares como Barcelona o Tossa de Mar (Girona).

De acuerdo con los testimonios recogidos por María Isabel Brenes, la instalación del campo generó la expectativa del reencuentro de muchas familias armilleras con movilizados republicanos o huidos por miedo a la represión tras el golpe de Estado. La población local se encargó de la alimentación de los detenidos, elaborando a diario guisos en la renombrada Plaza de José Antonio. Esta era a todas luces insuficiente dado el recuerdo de la gran cantidad de mujeres que fueron a darles comida, aprovechando los cambios de guardia. Durante aquellos fatídicos meses retumbaron en todo el pueblo los disparos llevados a cabo cada noche en fusilamientos extrajudiciales de los presos. En la actualidad, todavía se desconoce la fosa común donde se enterraron sus cuerpos.

 

Fuentes y bibliografía:

 

María Isabel BRENES SÁNCHEZ: Armilla, la memoria de un pueblo, Armilla, Ayuntamiento de Armilla, 2009.

Carlos HERNÁNDEZ DE MIGUEL: Los campos de concentración de Franco. Sometimiento, torturas y muerte tras las alambradas. Madrid, Ediciones B, 2021.

Javier RODRIGO: Cautivos. Campos de concentración en la España franquista, 1936-1947, Barcelona, Crítica, 2005.

https://www.facebook.com/ArmillaGranadaCampoDeConcentracion1939

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